Andreina Flores

La foto del espejo… el adiós a Paula Vásquez

Paula Vásquez en su casa de París. Diciembre 2020. @Andreina Flores

La tarde de ese domingo de diciembre, llegué a la casa de Paula como una niña que va a cometer una travesura… sigilosa y con la cámara bien  metida dentro del bolso, con miedo a que me mandara a volar cuando le propusiera la idea que traía en la cabeza.

La enfermedad de Paula iba avanzando, odiosamente iba ganando terreno… y yo sentía el deber de registrar la entereza con la que mi amiga desafiaba esa multiplicación del daño.

Me tomó toda la tarde reunir el coraje de sacar la cámara y decirle que quería fotografiarla. Así, con su cabello caído y su dificultad para caminar pero con su temple intacto. Lo dije de viva voz… lista para recibir un zapato volador en la cabeza.

Lo que recibí, en cambio, fue un regalo.

Recibí entusiasmo, pasión. Un SI franco y sólido. Una carrera hacia el baño para maquillarse, una serie de preguntas de cómo había que posar, como plantarse, cómo mirar al lente. Recibí la efervescencia que siempre caracterizó a Paula.

Fuimos al espejo, ajustamos la luz y en pocos minutos ya habíamos logrado capturar esa actitud de ganadora. Apenas días atrás, nuestra maravillosa amiga Stéfanie decía que, con el cabello corto, Paula parecía una cantante de jazz. Y era cierto: se veía estilizada, altiva y segura de su voz potente.

Y vaya que tenía una voz potente la Paula. Una voz que se alzó un millón de veces en nombre de todos los venezolanos para explicar al mundo la destrucción del país. En la radio, la televisión y la prensa francesa, era la persona equilibrada pero rotunda que desmontaba las versiones oficiales del chavismo y contaba la verdad. Con su mezcla única de antropóloga y apasionada de la política, desmentía la imagen del Robin Hood caribeño y debatía con los discursos rancios de maletín comunista. Todo eso, enfundada en su vestido de flores y con su boca bien pintada.

Cuando todos los izquierdistas caviar de París estaban enamorados de Chávez, Paula fue la primera en advertirles que estaban adorando a un militar que decía venir a vengar a los más pobres mientras los hacía más pobres. Grande, carajo.

Paula fue también autora de distintos libros que explicaron, con investigación sumamente seria, el caos venezolano: \»Poder y catástrofe. Venezuela bajo La Tragedia de Vargas”, “Le chavisme: un militarisme compassionnel” y el más reciente: “Pays hors service” (País fuera de servicio), donde combinó – por única vez – la sensibilidad del relato personal de quien tiene a su familia tratando de sobrevivir en Caracas con la descripción antropológica de los escenarios  extremadamente duros que atraviesa Venezuela en general.

Paula logró también una hazaña francesa que muchos hubiéramos creído casi imposible para un venezolano: dirigir una edición de la revista política “Les Temps Modernes” , fundada por Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Lograr visibilizar la situación de Venezuela en una ventana como esa, originalmente concebida por dos íconos de la intelectualidad  francesa de izquierda, fue un trazo indeleble de Paula en la historia de este país.  Y sí, un puñetazo al hígado de los socialistas de librito que siguen defendiendo lo indefendible. Los aplausos de todos los que conocimos a Paula siguen sonando a rabiar.

Pienso en Paula como en esos genios que hicieron maravillas en su vida y aun así murieron muy temprano. El destino lo confirmó cuando fuimos a despedirla en el cementerio Père Lachaise de París, al lado de Chopin, de Marcel Proust, Oscar Wilde, Molière, Paul Eluard, Edith Piaf. Sí, definitivamente era su lugar.

El lunes 22 de marzo, nuestra amiga Stéfanie me hizo la llamada que yo ya presentía y que nunca hubiera querido recibir: “Paula está muriendo…”

Salí rápidamente del trabajo y tomé el tren hacia el hospital.  Durante ese trayecto de apenas una hora, durante esos 60 minutos de rieles… todos los buenos momentos que vivimos juntas pasaron en ráfaga por mi cabeza. Con risas, con música, con baile, con lágrimas, con el rigor de la palabra, con la admiración  y con el amor.

En esa hora de nostalgia… fuimos de nuevo a la piscina en Catia La Mar como divas de lentes y sombrero, comimos cachapas y malta en “Ají Dulce” en París, saboreamos otra vez las enchiladas del Café de Tacuba en ese encuentro inesperado en México… y bailamos con el mismísimo Rubén Blades en pleno teatro Bataclan.

Recordé la lamparita en forma de corazón que te regalé cuando te mudaste a tu nuevo apartamento,  el intercambio de zarcillos que hicimos en aquel restaurante vasco,  tu compañía durante mi discurso por el Día del Periodista en Caracas, nuestra participación en la conferencia sobre Venezuela en Normandía y cuando fuimos a  aquella misa en honor a la Virgen de Coromoto en Notre-Dame…  Incluso recordé que un día escribimos juntas un artículo para una revista juvenil francesa, explicando las protestas venezolanas de 2017 en lenguaje adolescente.  Vaya, eso lo pondré en la primera línea de mi currículum ahora.

Pero sobre todo, recuerdo como si fuera ayer, el momento en que te vi al fondo del pasillo en el aeropuerto de Orly cuando decidí finalmente venir a Francia en septiembre de 2017. Tú ya tenías bien claro que yo me quedaría y yo todavía me lo preguntaría durante años.

“Bienvenida a París”, me dijo tu abrazo.

Yo me quedo con todos esos momentos de verdadera amistad, querida Paula. Los atesoro como un cofre precioso que abriré con frecuencia para recordarte. Pero también me quedo con ese momento íntimo de nuestra foto en el espejo, como un testimonio de tu fuerza inquebrantable… incluso frente a la muerte.

Hasta siempre, guapa.

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