Caminar por el Boulevard Barbès de París es como comprarse un boleto para dar la vuelta al mundo en 80 segundos.
Por supuesto, la primera y gran parada de este tour es el mundo árabe. Argelia, Senegal y Marruecos están incrustados en cada palmo de esta acera. Pero también se respira la presencia del África negra, con sus moños inmensos y sus vestidos anaranjados, verdes, brillantes y fogosos. Huele a kebab… y a axilas agrias que no tocan un desodorante desde hace rato.
Hay castañas al fuego en medio de la calle, tiendas de ropa usada y zapatos viejos, y un montón de basura que desdibuja la belleza de París.
En medio de este caos – que se me antoja feo pero interesante – agrego un absurdo más: una venezolana en busca de un sitio barato donde hacerse las uñas.
Carajo, es que “el país de la belleza” no abandona ni en la más lejana latitud.
Y así llego a un pobre establecimiento, pequeñito, desordenado y lleno de ruido –“cuchitril” le dirían en mi tierra – donde me sientan a esperar ser atendida al son de una música árabe que dan ganas de bailar con moneditas en la cintura.
La raza que predomina en este lugar es la negra. Yo soy un bicho raro. Soy la extranjera, la invasora. La blanca que no es francesa y terminó – quién sabe cómo – en este boulevard.
Apenas abro la boca, comienzan las apuestas sobre mi origen. Mi acento en francés es una mezcla de América Latina y el sur de Francia… así que no cualquiera lo identifica.
La primera apuesta suena un poco perdida en el espacio: “Yo creo que es de Europa del Este…” dice una de las africanas que parlotean arropadas por unas enormes uñas fucsia.
Frío, frío.
Me halaga que me confundan con una rumana o con una chica de la República Checa. Después de todo… ¿quién dice que no pude haber nacido en Praga?
Siento que esa confusión me da estilo. Tanto así que incluso mejoro la postura y bato el pelo.
Dos puestos más allá, con unas trencitas hasta la cintura, una chica de Camerún se acerca más a la geografía correcta: “Yo diría que es brasileña…” susurra mirándome de reojo.
Yo solo sonrío como quien no se ha enterado del juego.
Finalmente pongo las manos sobre la mesa y noto que mi manicurista no es una chica, es un muchacho. Recién llegado de Vietnam. No habla francés ni inglés. Solo balbucea algunas palabras claves para hacer su trabajo correctamente como “vernis”, “couleur”, “laver” y, por supuesto, maneja la frase más importante de todas: “10 euros”.
Ha adoptado un nombre internacional para facilitar la relación con las clientas: Anthony.
Me mira y sonríe, me quita la cutícula y sonríe, me echa crema en las manos y sonríe. A falta de conversación, Anthony es una sonrisa vietnamita perenne.
A mi lado, una señora enorme, negra hasta los huesos, comienza a hablarme en una lengua totalmente indescifrable para mí. Lo identifico como un dialecto africano pero soy incapaz de ponerlo en el mapa. Frente a mi cara de signo de interrogación, me dice en francés: “Yo hablo lingalá. Soy del Congo”.
No tengo otra escapatoria que cerrar las apuestas revelando mi país delante de todos: “Yo soy de Venezuela y hablo español…”
Siento que soy una hormiga en medio de esta jungla enorme que me engulle a fuerza de caras nuevas y tradiciones por descubrir.
Este “mélange” de culturas y razas – unas negras, otras achinadas, de uñas largas y acentos extraños – sólo me confirma lo que ya yo sabía desde hace años pero a veces suelo olvidar: el mundo es mucho más grande que Maduro y Borges.
Mucho más grande que el 23 de Enero y Chacao, con sus bolsas de basura como restaurantes de la miseria y su diálogo inútil y mentiroso. Más grande que una Constituyente superpoderosa y una oposición enana que sigue perdida en la oscuridad. Más grande que el SEBIN, que el CNE, que el TSJ, que la MUD y todas las siglas que nos han atormentado por años.
Sí, el mundo es más grande… incluso en los 20 metros cuadrados de esta peluquería de mala muerte.
Andreina Flores
@andreina
EXCELENTE ANDREINA!! 🇻🇪, Me encanto el relato, es más, mientras lo leí, es tan clara la descripción del lugar, que me transportaba al sitio . 😊
Muy bien Andreina, creo que a pesar de ser un cuchitril para poner bellas tus uñas es mejor que cualquier espacio en Venezuela ocupado hasta hoy por corruptos y marcianos! Cualquier espacio en el mundo es mejor que este.